
“El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; 38 y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí.” Mateo 10:37-38
Cuando venimos a Cristo, se nos habla del Amor y del Perdón de Dios y nos animan a recibirle en nuestro corazón. Sin embargo, la mayoría de las veces no se comparte al nuevo convertido que tiene que pagar un precio, un precio por seguir a Cristo.
De alguna forma, muchos ya hemos decidido seguir a Jesús, pero es posible que hasta este momento, no hayamos estado conscientes del precio que debemos pagar. Es necesario que evaluemos nuestras vidas, que nos preguntemos realmente ¿Por qué seguimos a Jesús? Y lo principal ¿He renunciado a todo por su causa? Pidamos al Espíritu Santo que nos revele lo que hay en nuestro corazón, a nosotros nos puede engañar (Jer. 17:9), pero Dios puede escudriñar nuestra mente y nuestro corazón (Ap. 2:23). Puede ser que tengamos algún ídolo, algo que esté tomando su lugar, pueden ser nuestro propios planes y deseos.
Dios no va a cumplir nuestros sueños, lo que él va a cumplir es su propósito en nosotros. Alguno podría asegurar que entregaría su vida por causa de Cristo, pero otro objetaría, que eso no es posible saberlo hasta ese momento, yo diría que es posible tener un indicio, porque quien hoy no esté dispuesto a renunciar a su pecado, a sus deseos, a su carne, a su posición eclesiástica y ser un doulos, el esclavo de más bajo rango, quien no esté dispuesto a renunciar a su comodidad espiritual, sabiendo que ya es salvo y permaneciendo cómodamente sentado dentro de cuatro paredes y no cumplir la Gran Comisión, esa persona indefectiblemente no está dispuesta a morir por Cristo.
Probablemente cuando nosotros venimos a Cristo, nos dijeron que Dios nos amaba, que Cristo había muerto por nuestros pecados y que quería darnos vida eterna, que lo único que teníamos que hacer, era recibirlo como nuestro Salvador (Jn. 3:16). Pero no nos predicaron el evangelio completo, no nos dijeron que teníamos que pagar un precio, que teníamos que beber de la copa de sufrimiento (Mt. 24:9, Fil. 1:29, Ro. 8:36), que él ahora era nuestro Amo y nosotros sus esclavos (1 Co. 7:22), que ahora él era nuestro Señor y teníamos que doblegar totalmente nuestra voluntad a él (1 Co. 8:6, Ef. 6:6, Stg. 4:15), mucho menos mencionaron que teníamos que estar dispuestos a llevar una cruz (Lc. 9:23).
Pero hoy hemos visto realmente cuál es el precio de seguir a Cristo y debemos tomar la decisión de reafirmar nuestro compromiso de seguirle y decir: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.” Gálatas 2:20
Renuncia a Todo